Perú elige presidente este domingo entre la derechista Keiko Fujimori y el izquierdista Pedro Castillo, dos candidatos de escasas garantías democráticas y con dos modelos económicos opuestos, empatados en las encuestas bajo un escenario que no da señales de poner fin a la inestabilidad política que ha reinado en los últimos años.
Las mesas abren desde las 7 (hora local, 12 GMT) hasta las 19 con un protocolo para evitar contagios mientras la curva de casos y muertes está en descenso en el país. El maestro rural, apenas conocido antes de la elección por liderar una huelga magisterial en 2017, se enfrenta a la experimentada candidata de Fuerza Popular, quien va por su tercer ballotage tras perder por escaso margen en 2011 y 2016. Ambos llegaron a esta instancia con un apoyo históricamente bajo: apenas 1 de cada 5 electores habilitados votó por alguno de ellos en la primera vuelta, entre 18 candidatos, y el ganador o ganadora no contará con una coalición mayoritaria en el Congreso.
Castillo, en sus discursos, más que un programa de gobierno expresa un estado de desánimo que logró aglutinar el voto de protesta en la primera vuelta con un rápido ascenso en la recta final. La mayoría de sus promesas se reducen a la necesidad de un cambio de Constitución (aprobada en 1993 tras el autogolpe de Fujimori padre, en el auge del neoliberalismo) mediante una Asamblea Constituyente que incluya a sectores populares. Lo etéreo de su plan, más la permanente sombra del secretario general del partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, y su ideario de tinte marxista leninista presentado al Jurado Nacional de Elecciones el año pasado, despertaron los mayores temores del establishment político y económico.
En la tienda fujimorista, además de los antecedentes de crímenes de lesa humanidad en los años 90 (cuando Keiko era Primera Dama) y la postura obstruccionista y desestabilizadora de la bancada en el último quinquenio, las propuestas económicas no son mucho menos llamativas o populistas, por lo menos desde el sentido fiscal. Fujimori promete varias exenciones tributarias, numerosos créditos y la promesa de un “Bono Oxígeno”, la entrega de 10 mil soles (más de 2.500 dólares) a cada familia que haya sufrido una muerte por COVID, en el cuarto país con mas fallecidos por la pandemia a nivel mundial. La idea es afrontar estas propuestas en buena parte con endeudamiento externo.
“Es una competencia entre dos precarios, dos abismos. Lo más similar entre ambos es que no tienen idea de qué hacer con el Perú. En ningún caso hay programa serio, aterrizado”, analizó el politólogo Mauricio Zavaleta, quien consideró que este escenario se produjo por la poca atención que puso el electorado en una primera vuelta tan atomizada y enmarcada por la crisis económica, sanitaria y social. “Ni la izquierda ni la derecha eligieron al candidato con mejores posibilidades. A ambos les cuesta muchísimo ir hacia el centro. Sus compromisos hacia la moderación terminan siendo inconsistentes, no son reales”, añadió el investigador.
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Es que ni Castillo ni Fujimori cumplieron cabalmente con la que suele ser la regla en un ballotage, intentar acercar sus posturas a los votantes del centro político, aún cuando ninguno de los candidatos alcanzó el 20% de apoyo en abril. De hecho, Fujimori fue superada por la cantidad de votos en blanco, pero convocó recientemente a figuras identificadas con el ala dura del gobierno de su padre, a quien ha prometido indultar para sacarlo de prisión. “Ella tenía los incentivos para comprometerse de manera consistente. La poca credibilidad que tiene y los asesores que están demasiado a la derecha o la ultraderecha le hacen bien difícil lograrlo”, apuntó Zavaleta.