Las primeras imágenes filmadas tienen un carácter enigmático. La salida de los obreros de la fábrica Lumière y La llegada del tren (1895) responden: la tecnología se filma a sí misma, la máquina se mira en un espejo narcisista, hipnotizada con el propio progreso técnico. Marx dejó en claro que la locomotora y la fábrica son los blasones monstruosos de la modernidad.
Thomas Edison es conocido por ser el inventor de la bombilla eléctrica, el fonógrafo, el micrófono de carbón, el kinetófono y el tasímetro. Inventó, también, el quinetoscopio, la máquina precursora del moderno proyector de películas. Y todavía más: fue el productor del primer beso en la historia del cine.The Kiss (1896), dirigido por William Heise, es un cortometraje que dura apenas 16 segundos. John Rice y May Irwin —estrellas de la obra de teatro The Widow Jones, cuyo final replican para siempre en esta escena— no se besan de inmediato.
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Primero se los ve hablando como si nada, con un telón negro de fondo. Queda instalado un enigma: ¿qué se dicen? ¿Qué palabras habrán sido el prólogo al beso inaugural en la historia de las imágenes?. Se ríen, se miran. Él tiene un bigote frondoso, como un cepillo para lustrar zapatos. John acerca su boca a la boca de May y la distancia exacta que los separa es la del grosor de ese bigote: dos centímetros y medio. Hacen la mímica de hablar —hablan—, entre sonrisas, hay intimidad incluso ante la presencia inédita del ojo voyeurista del quinetoscopio.
Como si el beso fuera un signo ortográfico del amor, el punto final de la conversación, John se aleja de pronto, se peina el bigote, toma delicadamente entre sus manos las mejillas de May y, como si midiera el ángulo exacto del deseo, apunta y la besa con decidido pudor. Lo curioso es que no deja de hablar: su boca sigue moviéndose, sigue diciendo algo. El beso es una extensión natural del lenguaje verbal: las palabras son el pintalabios invisible de todos los besos que le siguen a este.

La Iglesia condena la película por considerarla pornográfica. Sin embargo, dos años después, en 1898, Edison produce el segundo primer beso del cine y el primero afroamericano, en el corto Something good. Esta vez la escena es más pasional, sin tanto palabrerío, y los enamorados terminan bailando.
¿Por qué son tan conmovedoras estas imágenes? Quizás porque el beso es, en ellas, un verdadero documento histórico. “Se aprende lo que es un beso en el cine, antes de aprenderlo en la vida”, dice Jacques Derrida. Si la civilización occidental fuera a apagarse como una vela soplada por el viento, sería importante —este parece ser el mensaje en la botella— que entre los escombros de las ciudades en ruinas algún robot encontrara, en una arqueología última y desesperada, un fósil del amor humano: el monumento fílmico de un beso.