Afganistán cambió radicalmente en solo unos días.
Aunque aún son muchas las incógnitas sobre el régimen que quieren implantar los talibanes ahora que han recuperado el control del país y las tropas estadounidenses aceleran su caótica retirada, una cosa está clara: la República Islámica de Afganistán pasó a la historia.
La salida del país de su presidente, Ashraf Ghani, y la caída de Kabul en manos del talibán son ya el primer capítulo de una nueva era, la del emirato islámico que los insurgentes planean implantar en Afganistán.
De hecho los talibanes se definen a sí mismos como el Emirato Islámico de Afganistán. Bajo esa denominación firmaron el Acuerdo de Doha de 2020, que supuso el preámbulo para la retirada de Estados Unidos, y sus portavoces la han repetido en los últimos días.
Y así ha llamado al país en sus ruedas de prensa el portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid
El nuevo régimen ya ha encontrado contestación, como ya han dejado claro las protestas en ciudades como Kabul, Jalalabad y Asadabad, donde los manifestantes fueron reprimidos a tiros mientras enarbolaban la bandera de la República, que los talibanes han decidido sustituir por la suya propia.
El cambio de nombre encierra implicaciones políticas, ideológicas y religiosas que podrían tener profundas consecuencias para los afganos y para las relaciones de su país con el resto del mundo islámico y la comunidad internacional en general.
Qué es un emirato y qué significa
Este tipo de Estado se concentra en la zona del Golfo Pérsico. Qatar y Kuwait son emiratos. Emiratos Árabes Unidos, como su propio nombre indica, una federación de ellos.
Al contrario de lo que sucede en las repúblicas, donde el presidente no ostenta el liderazgo religioso, en el emirato «el poder político y el religioso están vinculados en la figura del emir», explica en conversación con BBC Mundo Javier Guirado, investigador del Centro de Estudios sobre Oriente Medio de la Georgia State University.
La imbricación entre el poder político y el poder religioso son habituales en muchos países musulmanes.
Thomas Barfield, antropólogo especializado en Afganistán de la Universidad de Boston, explica que «los orígenes del título de emir se remontan al de amīr almu’minīn», que pasó al español como miramamolín o comandante de los fieles. El título ya fue utilizado por algunos líderes militares en vida del profeta Mahoma (570-632).
Barfield explica que el emirato también implica diferencias respecto al califato, que es lo que reivindica ser el Estado Islámico, organización considerada terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea.
«El Estado Islámico dice que tiene un plan para conquistar el mundo y asegura que su califa ejerce el poder sobre todos los musulmanes allí donde se encuentren. Los talibanes se consideran una unidad política independiente que comprende solo a quienes viven en el territorio de Afganistán».
De hecho, explica Guirado «el califato viene del periodo de los llamados cuatro califas ortodoxos, cuando el islam estuvo regido por los descendientes directos del profeta Mahoma» en el siglo VII.
Cuando ese califato unificado se disgregó, empezaron a surgir emiratos y también sultanatos. El de sultán, explica Barfield, «es un título que tiende a privilegiar el aspecto militar del liderazgo».
¿Cómo se llevará entonces el emirato de los talibanes en Afganistán con el califato universal que sueñan construir los yihadistas de Estado Islámico?
Barfield responde: «Ambos grupos se ven como rivales y será interesante ver si ahora empiezan a explotar bombas de Estado Islámico en Kabul».
Algo que ocurrió el jueves 25 de agosto en el aeropuerto de Kabul.
Esa rivalidad es una de las esperanzas a las que se aferra la diplomacia estadounidense para creer en la promesa talibán de que impedirán que el territorio afgano se utilice para lanzar ataques contra intereses occidentales.
Por qué un emirato
«La elección de un modelo como el emirato hunde sus raíces en la propia tradición política de los talibanes», explica Guirado.
De hecho, el Mulá Omar, líder del régimen talibán hasta que la invasión estadounidense provocó su caída en 2001 ostentaba el título de emir.
Pero la tradición del emirato en Afganistán es mucho más antigua que el movimiento talibán.
Barfield explica que «el título se utilizó por primera vez en Afganistán en el siglo XIX. Hasta entonces, los líderes habían recibido el título de sha, pero surgió una disputa política, porque para ser sha se requería ser descendiente de Ahmad Sha Durrani» (1722-1772) , fundador del imperio afgano y considerado el padre del Afganistán moderno.
«Cuando un nuevo grupo procedente de un linaje diferente se hizo con el poder, empezó a adoptar el título de emir como manera de conseguir un estatus político», resume el experto.
Afganistán tuvo después otros regímenes políticos, como la monarquía constitucional de Mohamed Zahir Shah, derrocada por un golpe de estado en 1973, y la república islámica instaurada tras la invasión estadounidense de 2001, pero los talibanes siempre soñaron con restaurar el viejo emirato.
Ahora es inevitable que lo consigan, aunque muchos afganos teman que eso signifique el regreso al régimen violento y opresor de las mujeres que sufrieron en la década de 1990.
Cómo será el nuevo emirato
Una de las preguntas que todo el mundo se hace ahora es cómo será el nuevo emirato.
Los talibanes ya han mostrado su intención de cambiar la bandera del país y dan por fundado el emirato.
La Constitución aprobada en 2004, bajo la ocupación occidental, que declara a Afganistán como una «República Islámica» y establece un «orden basado en la voluntad popular y la democracia», ya es papel mojado.
«Seguramente no van a redactar una nueva Constitución, porque para ellos basta con la sharía o ley islámica, pero en Afganistán no va haber más elecciones, porque para los talibanes la legitimidad del gobierno no nace de la voluntad del pueblo, sino de la voluntad de Dios», pronostica Barfield.
El emir tendrá previsiblemente poderes políticos y judiciales, así como autoridad religiosa. Pero ¿mandará para siempre?
«Si uno mira al pasado afgano, se da cuenta de que la mayoría de líderes solo dejaron el poder muertos o exiliados», indica Barfield.
Sin embargo, eso no significa que el emir vaya a tener un poder absoluto ni que pueda imponerse sin negociación.
«Afganistán tiene una gran diversidad étnica y es probable que veamos una elección a través de comités de notables» que representen a las diferentes tribus del país, señala Guirado.
Los pronósticos apuntan al Mulá Abdul Ghani Baradar, lugarteniente del Mulá Omar y quien encabezó la negociación del Acuerdo de Doha con Estados Unidos, como el probable elegido, pero esa es una de las muchas incógnitas aún por despejar.
Los portavoces talibanes repiten que quieren «un gobierno inclusivo» y Barfield recuerda que «en Afganistán impera el islam sunita, mucho menos jerárquico que el chíita, por lo que las facciones siempre tienden a buscar compromisos y acuerdos».
¿Jugarán algún papel las mujeres en esa negociación por el poder? De momento no se las ha visto en ninguna mesa y el pasado da pocos motivos para pensar que vaya a ser así. Solo con que se permita a las niñas estudiar y a las adultas trabajar ya supondrá un cambio respecto al periodo talibán anterior.
Pero, pese a las escenas de caos de la retirada,los 20 años de intervención liderada por Estados Unidos podrían haber inducido cambios duraderos en el país con los que el nuevo poder talibán tendrá que lidiar.
«Ahora hay una población formada, sobre todo en las ciudades, que tiene acceso a las redes y se ha acostumbrado a votar, por lo que quizá los talibanes no puedan imponer un régimen tan cerrado como el los 90», advierte Guirado.
De hecho, ya se han visto algunas movilizaciones urbanas que indican que ahora hay una sociedad distinta.
Si los talibanes vuelven al machismo y la brutalidad integrista que horrorizaron al mundo antes de 2001 será difícil que obtengan el reconocimiento internacional que parecen estar buscando, y eso tendría consecuencias diplomáticas y económicas para su régimen.
«La pregunta es si los talibanes han aprendido la lección de que para gobernar el país tienen que reconciliarse con sus enemigos», señala Barfield.
Las noticias de disparos contra manifestantes, y persecución y amenazas contra los colaboradores del antiguo gobierno afgano no invitan al optimismo, pero esa respuesta, como la de la identidad del nuevo emir, solo la dará el tiempo.