Hablando conmigo a través de Zoom desde su apartamento en Ámsterdam, Ali al Sadr hace una pausa para beber de un vaso de agua clara y limpia.
Al darse cuenta de la ironía, deja escapar una risa. «Antes de salir de Irak, luchaba todos los días por encontrar agua potable», relata. Tres años antes, al Sadr participó en las protestas callejeras en su ciudad natal, Basora. Los manifestantes exigían a las autoridades acciones concretas ante la creciente crisis del agua en la ciudad.
«Antes de la guerra Basora era un lugar hermoso», agrega el joven de 29 años. «Solían llamarnos la Venecia de Oriente».
Bordeada a un lado por el río Shatt al Arab, la ciudad está atravesada por una red de canales.
Al Sadr cuenta que le encantaba trabajar junto a los canales como estibador. «Pero cuando me fui estaban vertiendo aguas residuales sin tratar a los cursos de agua. No podíamos lavarnos, el olor me daba migrañas y, cuando finalmente me enfermé, pasé cuatro días en la cama».
En el verano de 2018 el agua contaminada envió a 120.000 residentes a los hospitales de la ciudad y, cuando la policía abrió fuego contra los que protestaban, Al Sadr tuvo la suerte de escapar con vida. «En un mes hice las maletas y me fui a Europa», señala.
Historias como la de Al Sadr se están volviendo demasiado comunes en todo el mundo. Una cuarta parte de la población mundial se enfrenta ahora a una grave escasez de agua al menos un mes al año y, como en el caso de Al Sadr, la crisis está llevando a muchos a buscar una vida más segura en el exterior.
La escasez de agua afecta aproximadamente al 40% de la población mundial y, según predicciones de Naciones Unidas y del Banco Mundial, la sequía podría poner a 700 millones de personas en riesgo de desplazarse para 2030.
Muchos observadores como Van der Heijden están preocupados por lo que podría suceder.
«Si no hay agua, los políticos van a intentar controlar ese recurso y es posible que empiecen a pelear por ella».
A lo largo del siglo XX, el uso mundial de agua creció a más del doble de la tasa de aumento de la población. Esta disonancia está llevando actualmente a muchas ciudades, desde Roma a Ciudad del Cabo, desde Chennai a Lima, a racionar el agua.
Las crisis del agua han estado casi todos los años desde 2012 entre los cinco primeros peligros de la lista de Riesgos Globales por Impacto del Foro Económico Mundial.
En 2017, sequías severas contribuyeron a la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, cuando 20 millones de personas en África y Medio Oriente se vieron obligadas a abandonar sus hogares debido a la escasez de alimentos y a los conflictos.
Peter Gleick, director del Pacific Institute con sede en Oakland, California, ha pasado las últimas tres décadas estudiando el vínculo entre la escasez de agua, los conflictos y la migración, y cree que los conflictos por el agua están aumentando.
«Con muy raras excepciones, nadie muere literalmente de sed», afirmó Gleick. «Pero cada vez más personas mueren a causa de agua contaminada o debido a conflictos por el acceso al agua».
Gleick y su equipo están detrás de una cronología de conflictos por agua llamada Water Conflict Chronology. Se trata de un registro de 925 conflictos hídricos, grandes y pequeños, que se remontan a los días del rey babilónico Hammurabi. La lista no es exhaustiva y los conflictos enumerados varían desde guerras hasta disputas entre vecinos. Pero lo que revela la cronología es que la relación entre el agua y los conflictos es compleja.
«Clasificamos los conflictos por el agua en tres grupos», dijo Gleick. «Como un ‘desencadenante’ del conflicto, donde la violencia se asocia con disputas sobre el acceso y el control del agua; como un ‘arma’ del conflicto, donde el agua se utiliza como arsenal en los conflictos, incluso mediante el uso de represas que retienen agua o inundan comunidades río abajo; y como ‘blanco’ de conflictos, donde los recursos hídricos o las plantas de tratamiento o las tuberías son blancos de ataques».
Sin embargo, al ver los registros que Gleick y sus colegas han recopilado, queda claro que la mayor parte de los conflictos están relacionados con la agricultura. Quizás esto no sea sorprendente ya que la agricultura representa el 70% del uso de agua dulce en el planeta.
En la región semiárida de Sahel en África, por ejemplo, hay informes frecuentes de violentos enfrentamientos entre pastores y agricultores debido a la escasez de agua para sus animales y cultivos.
A medida que aumenta la demanda de agua, también lo hace la escala de conflictos potenciales.
«Las últimas investigaciones sobre el tema muestran que la violencia relacionada con el agua está aumentado con el tiempo», señaló Charles Iceland, director global de agua en el Instituto de Recursos Mundiales, World Resources Institute.
«El crecimiento de la población y el desarrollo económico están impulsando la creciente demanda de agua en todo el mundo. Mientras tanto, el cambio climático está disminuyendo el suministro de agua o haciendo que las lluvias sean cada vez más erráticas en muchos lugares».
BBC