Así de excéntricos lucían los integrantes de la agrupación española Locomía, cuya historia vuelve a la luz con la película Disco, Ibiza, Locomía que se estrenará en la plataforma Netflix el próximo 6 de septiembre. Este drama protagonizado por Jaime Lorente, Alberto Ammann, Alejandro Speitzer, bajo la dirección de Kike Maíllo recrea los orígenes e inesperado ascenso meteórico de la primera agrupación de música dance española. En realidad nunca se fueron, la banda fue cambiando de caras a lo largo de sus tres.
Usaban hombreras que triplicaban sus espaldas, con las que apenas podían atravesar de frente por el marco de una puerta, sus trajes de inspiración new romantic llevaban borlas como los toreros, sus zapatos terminaban en punta como los de los arlequines. Pero todas las miradas se posaban en ellos cuando bailaban música dance mientras agitaban sus abanicos gigantes.
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Los integrantes originales, bailarines de discoteca sin pasado musical, no podían creer haberse convertido en un fenómeno popular. Su canción Disco Ibiza Locomía, repetía frases sin sentido (Moda Ibiza Locomía, Loco Ibiza Loco Mía, Sexo Ibiza Locomía, y seguía con Mar, Sol, Marcha, Crazy). Sabían que con lo poco que decían, porque no cantaban, llenaban estadios. En su álbum debut, Taiyo (1989), tuvieron que apoyarse en el playback. Se sabe que el mismo productor musical José Luis Gil grabó voces, igual que el resto de la producción. Y algún que otro cantante.
A nadie le importaba. En América latina las mujeres suspiraban y gritaban en cada estudio de televisión en los que se presentaban. Las cámaras estaban enamoradas de la mirada felina de Carlos Armas, y su cabellera en movimiento mientras agitaba su abanico en la cara. Era una agrupación gay, pero ellos tenían totalmente prohibido por contrato decir una sola palabra acerca de su orientación sexual. La industria de la música no dejaba salir del placard a nadie. Temían perder a las eufóricas admiradoras.