Buenos Aires, 16 ago (EL PAÍS).- Los argentinos sienten en la piel la inminencia de una gran crisis. Es una sensación casi imperceptible, un malestar que recorre todo el cuerpo e insinúa que algo no anda bien tras la calma de un día cualquiera. El malestar crece poco a poco hasta que se transforma en preocupación y luego en angustia. La realidad, finalmente, termina dándoles la razón. Esta vez llevan tiempo con la piel erizada, atentos a una nueva debacle. En las calles de Buenos Aires se respira crisis.
Las elecciones primarias del domingo, que dieron un abrumador triunfo al kirchnerista Alberto Fernández por encima del liberal Mauricio Macri, consumaron los peores augurios. El peso se desplomó casi 30% desde el lunes y la bolsa perdió en una sola jornada el 38% de su valor, la segunda mayor caída en la historia de los mercados. El bloqueo político entre un presidente sin poder y un ganador que debe convalidar su título en octubre complica aún más las cosas. ¿Qué hacen los argentinos ante la catástrofe? Lo que han hecho siempre: aguantar.
“El lunes fue un desastre, hice cuatro ventas en todo el día”, dice Carlos Gutiérrez detrás del mostrador de un local de venta de comida para mascotas en Villa Urquiza, un barrio de clase media de Buenos Aires. El martes, Gutiérrez recibió por WhatsApp el mensaje de uno de sus proveedores: “A raíz del aumento que ha sufrido el dólar, nos vemos obligados a incrementar la lista de precios un 15% a partir del día de la fecha”. Tiempo después, otro vendedor le advertía de que “debido a la incertidumbre” había decidido suspender las ventas durante una semana. Mientras tanto, le aconsejaba que “aumente la mercadería un 12%”.
Puede elegirse como punto de partida mayo del año pasado, cuando el presidente Mauricio Macri anunció el inicio de una negociación con el Fondo Monetario Internacional. Macri presentó como una bendición que el resto del mundo confiaba tanto en su Gobierno que estaba dispuesto a prestarle dinero, muchísimo dinero. Finalmente, fueron 57.000 millones de dólares, un récord sin precedentes. Con la vuelta al Fondo, los recuerdos de las peores crisis arruinaron el sueño de los argentinos, que desde entonces se prepararon para lo peor. Y lo peor sucedió.
El deterioro fue veloz. A principios de mayo se necesitaban 21 pesos para comprar un dólar. En octubre ya eran 41. Y este miércoles, 63. El Gobierno intentó contener la caída de la moneda local con tasas de interés de hasta 70% y la economía colapsó. El consumo se detuvo y crecieron la pobreza y el desempleo. Miles de pequeñas empresas cerraron. Óscar Ferraro tiene 65 años y desde hace 25, cuando perdió su trabajo como gerente comercial de una multinacional que se fue de Argentina, vende insumos de oficina a grandes empresas. Timonel en mil crisis, sabe cuando el mercado tambalea. Lleva tiempo con el termómetro en números rojos y el lunes puso en práctica toda su experiencia. “Como en la hiperinflación de Raúl Alfonsín o la debacle de 2001”, dice.