Joe Biden y Donald Trump protagonizaron un tenso debate que exhibió sus profundas diferencias en la agenda doméstica y en la política exterior. Biden y Trump fueron fieles a su base electoral y a sus ideas personales, en una confrontación pública que no arrojó ventajas decisivas para ninguno de los dos candidatos que aspiran a la reelección presidencial, en Estados Unidos.
Biden y Trump son antagonistas perpetuos, y en el primer segundo del debate quedó reflejado lo que piensa uno del otro: no se dieron la mano cuando se encontraron en el estudio de la CNN. Primero llegó el presidente de los Estados Unidos, y a continuación su antecesor. Se miraron de reojo, y nada más. Llevan más de cuatro años de batalla personal a la distancia.
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Desde el principio quedó al descubierto como se habían preparado para el debate. Biden enumeraba los temas y se ceñía a su guion entrenado -una y otra vez- en Camp David. Trump, en cambio, sabía los argumentos a desplegar pero confiaba en su capacidad de improvisación.
Cuando Biden hablaba, Trump sonreía y gesticulaba. Y si era el turno del candidato republicano, su adversario lo miraba de costado y sonreía para desaprobar cada una de sus palabras. Los dos respetaron las reglas de juego, no agraviaron a los periodistas Dana Bash y Jake Tapper, y no tomaron una gota de agua cuando estuvieron al aire.
Tras 90 minutos de tensión constante, Biden y Trump hicieron sus discursos de cierre. El ex presidente propuso una agenda hacia adelante, y su antecesor volvió a cuestionar los resultados de la administración demócrata. No se sacaron ventaja en todo el debate.
Y la historia se repitió como un hábito político: cuando se apagaron por un instante las luces del estudio, Biden y Trump evitaron el saludo protocolar y se ignoraron mutuamente.