Dubai, 29 ene (EL PAÍS).- El plan de paz del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, plantea una dicotomía a las monarquías de la península Arábiga: cómo respaldar esa propuesta a sabiendas de la inviabilidad de una solución unilateral. De ahí, la aparente contradicción entre gestos y declaraciones. El repetido «apreciamos los esfuerzos de Estados Unidos para alcanzar la paz» en los comunicados de Arabia Saudí, Emiratos Árabes, e incluso Qatar, apenas encubre la necesidad que todos tienen de nadar y guardar la ropa. Sin llegar a endosar el proyecto, Riad y Abu Dhabi envían un claro mensaje a los palestinos de que este es el único juego que hay sobre la mesa.
«Es una iniciativa seria que afronta muchos problemas suscitados a lo largo de los años (…), ofrece un importante punto de partida para el regreso a las negociaciones dentro de un marco internacional dirigido por Estados Unidos», afirma la cuidada primera reacción oficial del Gobierno emiratí a través de su embajador en Washington, Yousef al Otaiba, uno de los tres diplomáticos árabes que asistió a la presentación el martes.
El comunicado oficial saudí también respalda «las negociaciones directas entre palestinos e israelíes bajo los auspicios de Estados Unidos», aunque dedica tres de sus cinco párrafos a recordar los esfuerzos del reino en ese sentido, en especial la iniciativa de paz árabe de 2002. Rechaza además «la solución militar», un mensaje que según observadores occidentales en la zona no solo se dirige a Israel, sino también a los palestinos. Pero los medios locales dan cuenta de que el rey Salmán ha llamado al presidente Mahmud Abbas «para tranquilizarle sobre el compromiso de Arabia Saudí con la causa palestina».
«La alianza con Washington no ofrece mucho margen de maniobra, pero el reino también tiene interés político y económico en que se cierre el conflicto israelo-palestino», interpreta un interlocutor.
Hace ya tiempo que ese asunto ha perdido la centralidad que tenía en el mundo árabe, y en particular entre las monarquías del Golfo. Desde la invasión estadounidense de Irak, en 2003, Irán se ha convertido en la principal preocupación para Arabia Saudí y sus vecinos. Eso les ha puesto a menudo en la misma trinchera diplomática que Israel.
La creciente convergencia de intereses políticos ha dado lugar a gestos antes inimaginables como la visita del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a Omán o de algunos de sus ministros a Emiratos y Qatar en el marco de conferencias multinacionales. Sin embargo, la posibilidad de que esa alianza de facto frente al enemigo común lleve a formalizar unas relaciones cada vez más evidentes se ha visto frenada por la cuestión palestina.
La presencia de los embajadores de Emiratos Árabes, Omán y Bahréin en la presentación del acuerdo oficializa un cambio de actitud: Hay una fatiga con el problema palestino que, cada vez más, se percibe como una carga económica y política. Entre las élites del Golfo, muchos respaldan una postura más pragmática entre sus gobernantes. Al mismo tiempo, el desequilibrio de la propuesta resulta incómodo.
«Hace 100 años, la Declaración de Balfour dio un 40% de Palestina a los israelíes, y hoy la Declaración de Trump regala el resto de Palestina al enemigo israelí», ha tuiteado el politólogo Abdulkhaleq Abdulla, considerado próximo a las autoridades emiratíes.
De ahí, la calculada ambigüedad de las reacciones oficiales al acuerdo. «Aunque en su fuero interno les parezca bien, no pueden arriesgarse a salirse del consenso árabe», explican fuentes diplomáticas europeas. Pero solo Qatar, que no comparte la animosidad de sus vecinos hacia Irán y los Hermanos Musulmanes y que ha sido aislado por ello, insiste en su comunicado en que «la paz no es posible sin salvaguardar los derechos de los palestinos estableciendo un Estado soberano dentro de las fronteras de 1967». Los mapas que acompañan al proyecto de Trump pretenden otra cosa.